¿Quién dijo que no a las emociones fuertes?

Hay una especie de bulo bastante extendido por la sociedad que asegura que si tienes una enfermedad coronaria o has sufrido un ataque de miocardio debes olvidarte de las emociones fuertes, e incluso del ejercicio, pero esto no es del todo cierto y merece la pena explicar el por qué.

Si bien es verdad que hace algunos años los médicos recomendaban a los enfermos coronarios un reposo absoluto con la creencia de que así no forzarían el corazón y tendrían una mejor calidad de vida, la realidad es que los estudios posteriores han demostrado que practicar un deporte moderado fortalece todos los músculos, incluyendo nuestro corazón, por lo que en lugar de ser un problema, hacer ejercicio puede ser muy beneficioso para aquellos pacientes que han sufrido ataques al corazón o que sufren algún tipo de enfermedad cardiovascular. Lógicamente, hablamos siempre desde el prisma de que cada paciente debe seguir los consejos de su médico especialista, pero por lo general un ejercicio sano y moderado suele ser más beneficioso que el sedentarismo, en todos los sentidos.

Por esta misma creencia se ha llegado a decir que las emociones fuertes no son para este tipo de personas, pues un susto o una gran emoción, pueden desencadenar en otro ataque. Esta afirmación, aunque no es del todo falsa, tampoco es verdadera. Si bien es verdad que una emoción repentina puede acarrear problemas graves al corazón, es mayor el porcentaje de probabilidad de sufrir, o volver a sufrir, un ataque por culpa de un disgusto o una preocupación que por culpa de una montaña rusa. En otras palabras, es el estrés el que puede ocasionarnos graves daños y no una emoción de adrenalina en un momento determinado. De hecho, hay doctores especialistas que aconsejan este tipo de emociones periódicas, pues hay estudios que demuestran que fortalecemos nuestro corazón con este tipo de experiencias.

Personalmente he probado el rafting, gracias a Ocio Aventura Cerro Gordo, y  el parapente, en una actividad organizada por Hot Despedidas, y aunque he de advertir que para hacer parapente hay que tener las cosas muy claras y un temple de hierro, ambas experiencias fueron inolvidables. Mi corazón por su parte, a pesar de ser frágil por una pequeña anomalía genética, sigue en perfectas condiciones.

El síndrome del corazón roto

Algunos expertos han denominado “síndrome de corazón roto” al estado en el que queda nuestro corazón tras recibir una mala noticia como, por ejemplo, la inesperada muerte de un ser querido. Estas situaciones debilitan el músculo del corazón y pueden provocar un fallo cardíaco. De hecho, estas situaciones son mucho más peligrosas que una aceleración del pulso debido al ejercicio o a un golpe de adrenalina.

Según un estudio que aparece en el último número del The New England Journal of Medicine hay numerosos casos de “síndrome de corazón roto” que se confunden con los clásicos ataques de miocardio, y tratar a estos pacientes con el mismo procedimiento con el que se trataría el infarto es un error, pues podemos provocar más daño que beneficio.

Un dato curioso es que cuando una persona ya ha sufrido este síndrome no es normal que se vuelva a repetir pues, en el plazo de cuatro años estudiado en Inglaterra, ninguno de los pacientes tuvo una recaída, y en los 10 años en los que se estudió en Japón, tampoco se produjeron recaídas.

El estrés, nuestro mayor enemigo

Sin embargo, el que sí es un enemigo directo de los pacientes con enfermedades coronarias (y de toda la sociedad en general) es el estrés emocional, pues eleva el riesgo de infarto tengamos o no tengamos problemas coronarios.

Junto al estrés emocional incluimos también enfermedades psiquiátricas como depresión, ansiedad y fobias. Según un estudio del hospital Universitario de Getafe, aunque la mayoría de ataques al corazón se producen por la obstrucción de las arterias a causa de un coágulo en las vías coronarias, hay otro tipo de infartos que suponen entre el 5% y el 13% del total, aunque cada vez su incidencia es mayor, y lo sufren personas sin lesiones obstructivas con una gran influencia de la esfera psicológica.

Así pues, ¿a qué debemos temer más, a la montaña rusa o al estrés?

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