La Organización Mundial para la Salud (OMS), organismo dependiente de la Organización de Naciones Unidas (ONU), define obesidad como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”. Para calcular la obesidad de una persona, se emplea como baremo el índice de masa corporal (IMC), una magnitud extraída de la relación entre el peso y la talla del individuo y que se calcula mediante la división del peso de una persona, expresado en kilogramos, entre su altura en metros elevada al cuadrado (kg/m2).
De este modo, si el resultado obtenido es igual o superior a 25, el índice de masa corporal revela que dicha persona padece sobrepeso; es decir, que, por diversas razones, su peso supera el ideal que marcarían los cánones en proporción con su altura. En cambio, si este resultado es igual o superior a 30, la conclusión es que dicha persona padece obesidad.
Aunque es tan solo un dato orientativo, puesto que al tratarse de un patrón estandarizado los resultados de cada cálculo deben confrontarse con las características físicas del individuo sometido al estudio, el índice de masa corporal ofrece una herramienta válida para denotar la presencia probable de hábitos alimenticios o vitales que deben corregirse.
Entre las principales causas que provocan la aparición del sobrepeso y la obesidad, sostiene la OMS, se encuentra “el desequilibrio entre calorías consumidas y gastadas”. En el origen de este desajuste podemos encontrar motivos como el incremento en la ingesta de alimentos hipercalóricos, fuente de un exceso de grasas, sales y azúcares y, por el contrario, escasa cantidad de vitaminas, minerales y micronutrientes esenciales. Otro factor a tener en cuenta es el del incremento de los modos de vida sedentarios entre la población de las sociedades occidentales, fruto de la extensión de los hábitats urbanos, el empleo de vehículos a motor como forma exclusiva de desplazamiento y en el tipo de condiciones de trabajo más frecuentes entre la población; todos ellos ignorados en demasiadas ocasiones por los organismos estatales y supraestatales competentes en materia de salud, educación y alimentación.
La epidemia del siglo XXI
No obstante, esta tendencia a no hacer frente a la obesidad como si de una epidemia de salud pública se tratase -en 2008, más de 200 millones de hombres y cerca de 300 millones de mujeres eran obesos; en 2010, más de 40 millones de niños menores de cinco años ya sufrían sobrepeso-, puede derivar, y de hecho lo está haciendo ya, en consecuencias dramáticas para la sociedad. Las consecuencias más comunes del sobrepeso y la obesidad en la salud humana son el desarrollo de enfermedades cardiovasculares como la cardiopatía y los accidentes cerebrovasculares –una de las principales causas de defunción en los países occidentales-, la diabetes, patologías en el aparato locomotor (la temida osteoartritis en las articulaciones, fundamentalmente) y distintas tipologías de cáncer como el cáncer de mama, el cáncer de endometrio y el cáncer de colon, una de las variantes más mortíferos de la enfermedad.
Cuanto mayor sea el índice de masa corporal de la persona, mayor será el riesgo de que contraiga estas enfermedades. En el caso de los niños, la obesidad es la antesala de todos estos graves problemas médicos, además de casos de muerte prematura, discapacidades diversas en la edad adulta, dificultades respiratorias, fragilidad ósea, hipertensión y ciertos tipos de desequilibrios psicológicos.
¿Cómo deshacerse de la obesidad?
El sobrepeso y la obesidad son desórdenes fácilmente prevenibles, ya que la solución al problema se encuentra en manos del propio individuo. La medida prioritaria es, obviamente, una elección más saludable en los hábitos de vida. Ello implica una ingesta de alimentos racional y equilibrada –o sea, con un control de las necesidades del organismo y la supresión de excesos de elementos nocivos- y la realización de actividad física de manera comprometida, constante y sostenida en el tiempo.
Dentro de este orden de cosas se incluye, a grandes rasgos, una dieta fundamentada en la reducción de la ingesta de las perniciosas grasas y azúcares, así como el incremento en el consumo de frutas y verduras, legumbres, cereales integrales y frutos secos.
Además, la ciencia médica ofrece también soluciones clínicas y quirúrgicas a tal efecto. El cirujano Marcos Vricella, director del servicio de cirugía estética de la Clínica Artestética de Albacete, uno de los más destacados cirujanos plásticos en nuestro país, con años de experiencia en centros de Gran Bretaña y España, propone medidas radicales contra los problemas médicos y estéticos de la obesidad como la sonda nasogástrica, el balón intragástrico, la banda gástrica, el by pass estomacal, la microliposucción o la cirugía reconstructiva. Por supuesto, dada su agresividad, se trata de procedimientos determinados por un estudio y un diagnóstico facultativo previo.
La sonda nasogástrica o sonda gastronasal consiste en un tubo de plástico u otros materiales hipoalergénicos y esterilizados que se introduce a través de las fosas nasales hasta el estómago, con el fin de conducir directamente hasta él una determinada cantidad de nutrientes fijados y controlados de antemano. Se puede aplicar a pacientes que posean a partir de los tres o cuatro kilogramos de sobrepeso y un máximo de 15 kilos, con un índice de masa corporal situado entre 25 y 30. Dicha técnica garantiza la reducción de un 10 por ciento del peso en un plazo de diez días, tras lo cual le siguen una serie de instrucciones acerca de hábitos alimenticios y de ejercicio físico orientadas a evitar el efecto rebote y la recuperación de la masa perdida.
Al igual que la anterior, el balón intragástrico no implica tampoco un tratamiento quirúrgico. La implantación de este recipiente en el estómago, posteriormente relleno de una solución salina, se realiza mediante un control por visión endoscópica. Su principal efecto es la sensación de saciedad en el paciente. La duración del balón intragástrico es de medio año, y la pérdida de peso asociada a él suele oscilar entre los quince y los veinte kilogramos, en función a su vez del seguimiento del programa establecido y el control de la dieta. Resulta una herramienta óptima en caso de pacientes con un índice de masa corporal superior a 40 o como medida de tránsito para reducir el volumen del paciente antes de una operación quirúrgica.
Por su parte, la banda gástrica es un filamento de silicona inflable que, ajustado en la parte superior del estómago mediante una laparoscopia, estrangula el volumen del órgano induciendo de manera rápida y efectiva la sensación de saciedad sin afectar en modo alguno a la imprescindible absorción de nutrientes. El tratamiento está indicado para pacientes con un índice de masa corporal de entre 35 y 40 o para aquellos que doblen su peso recomendado.
El bypass gástrico implica una actuación médica más arriesgada. Se trata de un pequeño corte en la pared del estómago efectuado con el fin de crear una pequeña bolsa de entre 10 y 30 centímetros, que una vez conectado al intestino ejercerá las funciones de un estómago reducido. El remanente del estómago permanecerá intacto dado que continúa unido al torrente sanguíneo. Un bypass gástrico es una intervención quirúrgica para poner fin a la obesidad. Se recomienda para candidatos que no hayan tenido éxito con los remedios no quirúrgicos anteriormente citados. Se restringiría a hombres que superan en 45 kilogramos su peso ideal o con un índice de masa corporal de 40, y a mujeres que superen en 36 kilogramos su peso ideal o con un índice de masa corporal de entre 35 y 40, aquejados de enfermedades asociadas a la obesidad como las cardiopatías, la diabetes de tipo 2 o la apnea del sueño. Sus resultados observan una reducción de alrededor del 70 por ciento del sobrepeso a lo largo de un lustro de seguimiento, especialmente notable durante el primer año posterior a la operación de cirugía.